Ateneo de Córdoba. Calle Rodríguez Sánchez, número 7 (Hermandades del Trabajo).
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Oposición al franquismo
Se denomina oposición al franquismo, y en la época simplemente oposición, al conjunto de movimientos políticos y sociales que se oponían al franquismo o dictadura de Francisco Franco desde el final de la Guerra Civil Española (1939) hasta las primeras elecciones democráticas (1977), año y medio después de su muerte (1975).
Contenido
Años 1940, resistencia armada y represión
La resistencia armada al franquismo, denominada maquis, se reactivó después del fin de la Segunda Guerra Mundial, sobre todo al ver que los aliados no consideraban seriamente que el régimen de Franco debiera compartir el fin de los de Hitler y Mussolini. No fue muy coordinada ni eficaz, y sólo puede reseñarse como movimiento destacado un intento testimonial de invasión del Valle de Arán (octubre de 1944). Seguidamente, los principales movimientos opositores, empezando por el Partido Comunista de España (sometido a la disciplina de la Internacional Comunista, bajo la hegemonía de la Unión Soviética de Stalin), abandonaron la lucha armada (1948) y optaron por una política que se bautizó como Reconciliación Nacional. Las únicas amenazas que atravesaban los Pirineos eran las arengas de La Pasionaria desde Radio España Independiente. Socialistas y anarquistas, muy debilitados y divididos, tenían cada vez menos actividad, fuera de los grupos en el exilio.
Toda actividad política fuera del partído único (FET y de las JONS, por otro nombre Movimiento Nacional) estaba prohibida, de modo que cualquier otro partido quedaba en situación de clandestinidad. Leyes especiales, como la Ley de represión de la Masonería y el Comunismo, se cebaron con cualquier muestra de discrepancia. La Causa General contra los perdedores de la Guerra Civil, y los procesos particulares a cada uno de los detenidos, a los que se acusa de rebelión militar, llenaron las cárceles, las tumbas e incluso las cunetas. La depuración de funcionarios, especialmente entre los docentes, vació ministerios, cátedras y escuelas de los denominados rojos; sustituidos por afectos al régimen mediante las oposiciones patrióticas, donde opositores y tribunal acudían de uniforme.
La represión violentísima que sufrieron los grupos de oposición durante los años 1940 es apreciable incluso en las series demográficas.
Los monárquicos, difusa oposición
Aparte de los carlistas (divididos entre varios pretendientes y orientaciones políticas, la mayoritaria incluida dentro del Movimiento franquista), la oposición monárquica al franquismo estaba encabezada por el pretendiente a la corona Juan de Borbón, hijo de Alfonso XIII, que empezó a usar el título de soberanía Conde de Barcelona.
Los monárquicos eran claramente del bando nacional. Formaban una familia más del régimen, como los falangistas o los tecnócratas del Opus Dei, y ocupaban las carteras ministeriales que Franco les confiaba. Sociológicamente eran las buenas familias de derechas de toda la vida. No ocultaban su preferencia por el Caudillo, que había salvado sus propiedades y posición social en la Guerra Civil, antes que confiar en una alternativa de incierto resultado. Sus actividades de oposición eran más bien intentos de presionar al propio Franco y quizá en algún caso movimientos conspirativos que difícilmente podrían haber llegado a producir un golpe de Estado de palacio si Franco hubiera muerto o quedado incapacitado prematuramente (como propone Luis María Anson).
La actividad monárquica osciló entre llegar a acuerdos con Franco (a quien se le concede la educación del hijo varón primogénito de Juan de Borbón, Juan Carlos de Borbón) o tantear a la oposición de origen republicano y de perfil más o menos liberal. Tales serían los encuentros de Indalecio Prieto con Gil-Robles (Pacto de San Juan de Luz, 1948), y mucho más tarde el llamado Contubernio de Múnich, famoso más que otra cosa porque produjo la represión más sonada de la oposición no de izquierdas durante todo el franquismo (detenciones y algunos destierros temporales de los asistentes al Congreso del Movimiento Europeo de junio de 1962).
Durante mucho tiempo Franco jugó con la familia real, dando oscuras pistas sobre si elegiría para sucederle a Juan, a Juan Carlos, o incluso al marido de su nieta Carmen Alfonso de Borbón Dampierre, o alguno de los pretendientes carlistas. La voz de los monárquicos, el periódico ABC, sólo podía hablar de estos temas entre líneas.
Los años 1950
La recuperación del movimiento obrero en la clandestinidad produjo movimientos huelguísticos muy importantes desde los años 1950, especialmente activos en el Principado de Asturias, País Vasco y Cataluña. Se pretendió extenderlos y coordinarlos para toda España con la Huelga General Política, la Jornada de Reconciliación Nacional (1958) y la Huelga General Pacífica (18 de junio de 1959), organizadas por el Partido Comunista, que tuvieron un seguimiento desigual, pero ninguna consecuencia que pudiera inquietar al Gobierno, bien dispuesto a reprimirlas. Su fracaso, junto con la evidencia de lo opresivo del sistema soviético en el este de Europa (represión en Hungría en 1957), comenzó a producir salidas de personalidades destacadas del Partido Comunista (Fernando Claudín, Jorge Semprún o Federico Mújica).
Más preocupación causó el movimiento estudiantil de 1956 (8-11 de febrero), que organizaron a la vez los hijos de los vencedores y los vencidos de la guerra civil, junto con importantes personalidades del bando vencedor que estaban desencantadas con Franco (Dionisio Ridruejo).
Los años 1960
El desarrollo económico de los años 60, que trajo cambios sociales de envergadura, con el éxodo rural y la emigración a Europa, hacía ver que el régimen iba a durar. La celebración de los XXV Años de Paz en 1964 y las sucesivas legitimaciones por referéndum de las leyes fundamentales, así como el nombramiento como sucesor a título de rey de Juan Carlos de Borbón, obligaban a los movimientos de oposición a cambios de estrategia poco eficaces. El llamado franquismo sociológico se asentaba como una fuerza probablemente mayoritaria en la población.
La Primavera de Praga y el mayo francés de 1968 produjeron una crisis de conciencia en la izquierda europea. En los partidos españoles también. El PCE (que se ha asentado como el partido opositor de referencia o partido a secas) llega a condenar la intervención soviética en Checoslovaquia, y comienza a diseñar, junto con el PCI y el PCF la etiqueta del eurocomunismo. Surgen grupos de extrema izquierda de orientación trotskista o maoísta muy atractivos entre jóvenes que comienzan a llamarse progres (ORT, LCR, PTE...). La mayoría de estas organizaciones tuvieron implantación en el ámbito universitario, uno de los frentes más potentes de la lucha contra la dictadura. El movimiento estudiantil antifranquista se llegó a convertir, además de en un destacado espacio de formación política, en una verdadera pesadilla para el régimen por la continuidad en la acción de protesta desde los años sesenta (Barcelona, Madrid, Sevilla, Valencia, Santiago de Compostela, Bilbao, Valladolid, etc.). Prácticamente todas las Universidades españolas registraron respuestas estudiantiles hasta los primeros años de la transición. El riesgo que la dictadura percibió sobre los efectos sociales y políticos del movimiento estudiantil quedó ilustrado en las reacciones que adoptó, entre otras, la creación del SECED, origen del actual Centro Nacional de Inteligencia (CNI), vinculado, no a al ministerio de Gobernación (actual ministerio del Interior), sino al ministerio de Educación (1968).
Los movimientos sindicales clandestinos, como Comisiones Obreras -en la línea de lo que habían hecho los estudiantes con el SEU desde mediados de los 50-, siguieron una estrategia entrista consistente en aprovechar las oportunidades que ofrecían los sindicatos verticales oficiales para la mejora de las condiciones de los trabajadores. Destacadas personalidades fueron Marcelino Camacho, del PCE y CCOO, y el Padre Llanos, sacerdote obrero muestra del alejamiento de grupos dentro de la Iglesia del nacionalcatolicismo y el acercamiento de los movimientos cristianos de base a la oposición.
Fundada en 1959, a los dos años la organizacíon ETA hizo su primer atentado e, inicialmente, contó con el apoyo de una parte significativa de la población al ser considerada una más de las organizaciones opuestas al régimen.
El final del franquismo
Ya en los años 1970, la previsible cercanía del final biológico del franquismo precipitó la coordinación de los numerosos aunque poco representativos grupos opositores, que empezaban a hablar de una transición a la democracia. Se formaron dos instituciones de diálogo: la Plataforma Democrática y la Junta Democrática, que a su vez se llegaron a coordinar con el excéntrico nombre de Platajunta.
El atentado mortal que ETA llevó a cabo contra Luis Carrero Blanco frustró la posibilidad de una herencia de la dictadura, y los gobiernos de Arias Navarro, que se prolongaron incluso en los primeros meses de la monarquía de Juan Carlos I, supusieron una titubeante política entre la apertura (espíritu de Febrero de 1974, que preveía la legalización no de partidos, sino de algún tipo de Asociaciones Políticas que respetaran los Principios Fundamentales del Movimiento) y la ortodoxia de lo que se venía en llamar el búnker. Los movimientos de oposición no se prestaron a colaborar.
Reforma o ruptura
Con el nombramiento de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno, las expectativas de la oposición no mejoraron mucho, quien también se negó a apoyar la Ley de Reforma Política que se sometió a referéndum a finales de 1976, preconizando la abstención activa. El gobierno, apoyado por el rey y sectores sociales de imposible cuantificación, preconizaba la reforma. La oposición, repleta de siglas y con apoyos igualmente inciertos, la ruptura.
A pesar de ello, los primeros meses de 1977 fueron de una febril actividad y contactos entre gobierno y oposición. La llegada clandestina de Santiago Carrillo a España, su detención y su puesta en libertad fueron seguidos con expectación. Las manifestaciones opositoras, contramanifestaciones de los ultras, atentados y secuestros de ETA y el GRAPO pusieron el proceso de la transición al borde del colapso, pues se temía un golpe de Estado de los militares nostálgicos del franquismo, apoyado por el búnker.
La prueba de fuego fue la legalización de los partidos políticos, que se obtuvo sin más problemas para la mayor parte de ellos, como
- El PSOE, que sufría una escisión entre el partido histórico (mayoritarios en el exilio) y el renovado (estos últimos más apoyados en el interior y convalidados por la Internacional Socialista)
- El PSP (en torno a la figura de Enrique Tierno Galván)
- Los nacionalistas vascos (PNV) y catalanes (ERC, que no contaba con la figura de Josep Tarradellas, president en el exilio, repuesto en el Palau de la Generalitat en una jugada maestra de Suárez, la CDC de Jordi Pujol y Unió Democràtica de Catalunya, convalidado por la internacional demócrata cristiana).
- Grupos que acabaron siendo fagocitados por la UCD, coalición promovida por el Gobierno y vencedora de las siguientes elecciones, como la Democracia cristiana, excepto la facción de Joaquín Ruiz-Giménez y José María Gil-Robles, que no se integró y no obtuvo ni un sólo diputado, y partidos socialdemócratas y liberales.
Había, además, cientos de partidos muy atomizados. Las dificultades con la tramitación de la petición de legalización del PCE, cuyo expediente iba saltando entre instituciones gubernamentales y judiciales, acabó por decisión del gobierno en la Semana Santa de 1977, aprovechando los días festivos, y fue aceptada a regañadientes por la mayoría de los militares. Sólo algunos partidos de extrema izquierda o vinculados a ETA no fueron legalizados. La famosa rueda de prensa de Carrillo aceptando la bandera rojigualda puede considerarse como el punto final de la oposición al franquismo y el comienzo del nuevo periodo, con elecciones libres y la redacción de la Constitución de 1978, en la que predominó el Consenso.