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Realismo socialista

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El realismo socialista es una corriente estética cuyo propósito es llevar los ideales del comunismo al terreno del arte. Fue la tendencia artística predominante durante gran parte de la historia de la Unión Soviética, particularmente durante el gobierno de Iósif Stalin, en la República Popular China y, en general, en la mayoría de países socialistas.

El realismo socialista en la Unión Soviética

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Durante el año siguiente a la revolución rusa, las corrientes vanguardistas eran vistas como un natural complemento para las políticas revolucionarias; en las artes visuales florecía el constructivismo y en poesía y música se elogiaban las formas no tradicionales y vanguardistas, como el caso de la ópera atonal La nariz, de Shostakóvich, basada en el relato homónimo de Gógol.

Sin embargo, esta situación no tardó en generar críticas de algunos elementos del Partido Comunista, que rechazó estilos modernos como el impresionismo, el surrealismo, el dadaísmo y el cubismo, debido a los principios subjetivistas que subyacían a ellos (el subjetivismo chocaba frontalmente con la aspiración objetiva del materialismo dialéctico) y a los temas que trataban (el realismo socialista sólo consideraba relevantes los temas relacionados con la política y los trabajadores). Ello llevó a considerar a dichos estilos como manifestaciones de arte burgués,

El realismo socialista fue, en cierto modo una reacción contra los estilos burgueses anteriores a la revolución, convirtiéndose en política oficial del Estado en 1932 al promulgar Iósif Stalin el decreto de reconstrucción de las organizaciones literarias y artísticas.

Se fundó la Unión de Escritores Soviéticos para promover esta doctrina y la nueva política fue consagrada por el Congreso de Escritores Socialistas de 1934, para ser a partir de entonces estrictamente aplicada en todas las esferas de la producción artística. El 10 de febrero de 1948, se dictó el llamado decreto Zhdánov, que marcó el comienzo de una campaña de críticas y descalificaciones contra muchos compositores soviéticos, entre ellos Vano Muradeli, Dmitri Shostakóvich, Sergéi Prokófiev y Aram Jachaturián. Posteriormente el gobierno de Stalin pasaría a apoyar a alguno de dichos artistas, llegando Shostakovich y Prokófiev a recibir el Premio Stalin.

Las restricciones se relajaron considerablemente tras la muerte Stalin en 1953 y en 1958 fueron oficialmente rehabilitados los compositores condenados por el decreto Zhdánov, manteniendo sin embargo el Estado influencia sobre la producción artística. Los artistas que pretendían conservar su total independencia de la política oficial se veían en un clima hostil. La postura favorable al realismo socialista en la Unión Soviética no impidió que se promovieran obras, autores y géneros del siglo XIX ajenos a dicha corriente y enraizados en la tradición rusa, lo que favoreció un destacado desempeño de intérpretes de música académica y ballet, entre otras manifestaciones artísticas. Durante las décadas siguientes surgió un interés en los estilos artísticos alternativos, hecho que se acentuó hacia fines de la década de 1980 con las reformas de "apertura hacia Occidente" de Mijaíl Gorbachov. El realismo socialista siguió sin embargo vigente como estilo artístico oficial hasta el desmembramiento de la Unión Soviética en 1991, momento en que el Estado abandonó su inmensa participación en el campo artístico, catalogada como positiva por unos y como censura por otros.

El realismo socialista en otros países

La Unión Soviética exportó el realismo socialista a casi todos los demás estados socialistas, donde la doctrina fue cobrando vigencia con diversos grados de rigor, convirtiéndose en la forma predominante de arte en dichos países durante unos cincuenta años. Actualmente el único país donde predomina esta corriente estética es Corea del Norte. En la República Popular China el realismo socialista se puede observar en imágenes idealizadas que promueven el programa espacial o en la propaganda oficial. Durante el gobierno de Mao, el realismo socialista se materializaba generalmente en literatura y cuadros que ensalzaban a los trabajadores y a la revolución.

El realismo socialista en su versión más ortodoxa no fue importante en países con otros regímenes políticos, pero ciertas corrientes artísticas tienen analogías con aquél, como el muralismo mexicano de Siqueiros, Rivera y Orozco, caracterizado por un claro compromiso social, una expresa vinculación ideológica con el socialismo y cierto despojamiento de elementos puramente ornamentales o formales en aras de la claridad y eficacia del mensaje social. La misma situación se observa en la Escuela Nacionalista de Música en México donde sobresalen obras de Carlos Chávez, José Pablo Moncayo, Blas Galindo y Salvador Contreras y otros compositores que escribieron obras para apoyar tal tendencia estética utilizando elementos supuestamente folclóricos. El realismo socialista musical en México sigue vigente con obras como el Danzón no. 2 de Arturo Márquez.

Características del realismo socialista

El realismo socialista tiene sus raíces en el neoclasicismo y las tradiciones realistas de la literatura rusa del siglo XIX, que describe la vida simple del pueblo, de lo cual es un exponente la obra de Máximo Gorki.

Su objetivo es exaltar al trabajador común, sea industrial o agrícola, al presentar su vida, trabajo y recreación como algo admirable. En otras palabras, su objetivo es educar al pueblo en las miras y significado del socialismo. La meta final es crear lo que Lenin llamó un tipo de ser humano completamente nuevo, el Nuevo Hombre Soviético. Stalin describió a los ejecutores del realismo socialista como ingenieros de almas.

El término realismo se refiere a la intención de describir al trabajador como es en realidad, portando sus herramientas. El proletariado está en el centro de los ideales comunistas y por lo tanto su vida es materia digna de estudio. Con esto, el realismo socialista se distancia del arte aristocrático producido bajo los zares durante los siglos anteriores, pero se entronca con la tendencia decimonónica a representar la vida social del pueblo común.

Los pintores representan campesinos alegres y musculosos, trabajadores de fábricas y granjas colectivas, maquinaria; durante el estalinismo también producían numerosos retratos heroicos de Stalin. Los paisajes industriales y agrícolas que exhibían los logros de la economía soviética eran temas muy comunes. Se esperaba que los novelistas escribieran historias concordantes con la doctrina marxista del materialismo dialéctico. Los compositores de música debían crear una música vívida que reflejara la vida y luchas del proletariado.

Críticas al realismo socialista

Para sus críticos, comparado con la variedad y eclecticismo del arte occidental del siglo XX, el realismo socialista aparece como un rango estrecho, burdo y predecible de producción intelectual. A menudo se lo criticó por representar un obstáculo para el verdadero arte, o por las presiones políticas a que se veían sometidos los artistas. Czeslaw Milosz en la introducción a Sobre el realismo socialista, de Andréi Sinyavsky (1959), describe la producción del realismo socialista como inferior, lo que considera resultado inevitable de una, según él, limitada visión de la realidad permitida a los artistas por esta corriente. En la misma línea, los críticos hablan de varios casos de exilios culturales incluso una vez finalizado el período estalinista, como el del Grupo de Odessa, un grupo de artistas que abandonaron el país aduciendo motivos políticos.

Los preceptos del realismo socialista y su rígida aplicación durante más de veinte años causaron a su juicio un gran daño a la libertad de expresión de los artistas soviéticos. Muchos artistas y autores vieron sus trabajos censurados, ignorados o rechazados. Mijaíl Bulgakov, por ejemplo, debió escribir su obra maestra El maestro y Margarita en secreto, pese a éxitos anteriores como Guardia blanca. Dmitri Shostakóvich sufrió la prohibición de varias de sus obras, como la Cuarta Sinfonía y la ópera Lady Macbeth de Mtsensk y debió recurrir a toda clase de maniobras para sortear la censura —controles oficiales— y obtener su rehabilitación. En 1937 compuso su Quinta Sinfonía en re menor opus 47, que subtituló Respuesta de un compositor soviético a una crítica justa.

La doctrina política subyacente al realismo socialista ocasionó la prohibición de obras tales como las de George Orwell, consideradas por el gobierno soviético como poco más que panfletos anticomunistas, y dificultó en casos el acceso al arte y literatura extranjeras. Buena parte del llamado arte burgués y todas las obras experimentales o formalistas fueron denunciadas como decadentes, degeneradas y pesimistas, y por lo tanto esencialmente anticomunistas. La obra de James Joyce fue condenada de modo particularmente drástico.

El resultado concreto fue que hasta la década de 1980 gran parte del público soviético tuviera difícil acceso a muchas obras del arte y la literatura occidental, hecho resaltado por los críticos del sistema soviético. Para sus defensores, la constante agitación de la idea de la censura se choca con los tangibles esfuerzos que hacía el Estado para satisfacer las necesidades culturales de la población, incluyendo la incentivación de la lectura y las obras teatrales, costumbres hoy consideradas reminiscentes del período soviético.

De todos modos, no todos los comunistas aceptaron la necesidad del realismo socialista. Su establecimiento como política de Estado en los años treinta tuvo más que ver con las políticas internas del Partido Comunista que con los imperativos del marxismo clásico.

El ensayista marxista húngaro Georg Lukács criticó la rigidez del realismo socialista y postuló su propio realismo crítico como alternatia. Asimismo, en 1938, se publicó un famoso manifiesto: "Manifiesto por un arte revolucionario independiente", firmado por André Breton y el viejo revolucionario bolchevique León Trotsky, en el cual se hace una crítica radical al arte "soviético". Ernesto Guevara también criticó en su día la rigidez del realismo socialista.

Obras y artistas destacados del realismo socialista

La novela La madre de Máximo Gorki es generalmente considerada como la primera obra realista socialista. Gorki fue un importante factor en el rápido crecimiento de esta corriente y su opúsculo El realismo socialista trazó sus fundamentos. Otras obras literarias importantes son Cemento, de Fiodor Gladkov (1925) y El Don apacible de Mijaíl Shólojov.

El pintor Aleksandr Deineka aportó notables escenas patrióticas de la Segunda Guerra Mundial, las granjas colectivas y el deporte. Yuri Pímenov, Borís Yóganson y Gueli Kórzhev han sido descritos como los maestros incomprendidos del realismo del siglo XX. Cabe mencionar, igualmente, dentro de los pintores pertenecientes al realismo socialista, a Borís Kustódiev (con obras como el boceto para la Fiesta en conmemoración de la inauguración del II Congreso del Komintern el 19 de junio de 1920), Isaak Brodsky, Alexander Mijáilovich Guerásimov (Lenin en la tribuna, 1930), Georgui Riazhski y Aleksandr Deineka (La defensa de Petrogrado, 1928).

En música se podría incluir dentro de esta corriente algunas obras de Dmitri Shostakóvich, como la Séptima Sinfonía (llamada "Leningrado").

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